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“Los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en que, en las diferentes fases de desarrollo por que pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto”.

— Manifiesto comunista

Reproducimos a continuación una presentación del camarada Perrault, secretario del Secretariado Internacional (S.I.), a la VIII Conferencia Internacional.

Quiero comenzar con una cita de Cannon que resume la tarea central de esta conferencia:

“La tarea de los revolucionarios incorruptos, obligados por las circunstancias a iniciar el trabajo de reconstrucción organizativa, nunca ha sido proclamar una nueva revelación —nunca han faltado tales mesías, y todos se han perdido en la confusión— sino restablecer el viejo programa y actualizarlo”.

—James P. Cannon, “The Degeneration of the Communist Party and the New Beginning” [La degeneración del Partido Comunista y el nuevo comienzo], Fourth International, otoño de 1954

En algunos casos, debemos retroceder 30 años para llegar al viejo programa; en otros, tenemos que remontarnos hasta Trotsky. Pero eso es lo que estamos haciendo, no estamos inventando nada nuevo, sino volviendo a los fundamentos y aplicándolos a la realidad actual.

El punto más esencial a lo largo de toda esta conferencia es la cuestión de la dirección revolucionaria. Éste es el punto fundamental con el que tropezamos, y es a través de la lucha por reafirmarlo como hemos estado rearmándonos en los dos últimos años. Pero, ¿qué es la dirección revolucionaria? La respuesta es tan simple hasta el punto de sonar simplista. Proveer dirección revolucionaria es guiar la lucha de la clase obrera de manera que haga “valer los intereses comunes a todo el proletariado” (Manifiesto comunista). Dado que el modo de producción capitalista se basa en la explotación de la clase obrera, avanzar los intereses del proletariado debe llevarle necesariamente hacia la toma del poder. La dificultad, sin embargo, no está en afirmar de forma abstracta estos puntos, sino en abordar cada problema a partir de la comprensión de que el proletariado necesita su propia vía de acción independiente y que sólo el marxismo puede proporcionársela.

Otro tema importante en esta conferencia será la cuestión del método marxista; es decir, la necesidad de enraizar nuestro programa en un estudio materialista dialéctico de las fuerzas de clase vivas de la sociedad. Los próximos ponentes profundizarán sobre esta cuestión en relación con la situación mundial y la cuestión de la revolución permanente. Por el momento sólo quiero vincular esta cuestión una vez más a la de la dirección revolucionaria e insistir en que el método marxista es ante todo partidista. Abordamos el mundo no como observadores neutrales, sino como los más consecuentes combatientes por los intereses de clase del proletariado. No se puede dar sentido a la realidad si no la abordamos como un factor activo que trata de influir en ella y cambiarla. El método y los objetivos no pueden disociarse.

El contenido principal de mi informe será evaluar el trabajo de la LCI desde nuestra intervención en la RDA (Alemania Oriental) y la Unión Soviética hasta hoy. El punto no es reflexionar sin propósito sobre nuestro pasado, sino forjar nuestro futuro. Abordaré la cuestión no como un observador neutral, sino con el objetivo declarado de cambiar la trayectoria de la LCI, de poner al partido en el camino de proporcionar dirección revolucionaria a la clase obrera al nivel internacional. Sin este punto de partida, cualquier evaluación de nuestro pasado se perdería sin duda en el pozo sin fondo de confusión y esterilidad que ha caracterizado a nuestro partido en los últimos 30 años. Necesariamente oscilaría entre insistir en la corrección formal de ciertos aspectos de nuestro programa o presentarnos simplemente como si no tuviéramos contradicciones y estuviéramos muertos como partido revolucionario. Ninguna de estas dos alternativas es correcta. La única manera de evaluar correctamente a la LCI y sus contradicciones es midiendo su trabajo en función de cómo trató de avanzar los intereses de la clase obrera en cada momento y lugar determinados.

Si hay un punto que quiero que los camaradas asimilen de este informe es que la cuestión decisiva para los revolucionarios es hacer avanzar los intereses independientes de la clase obrera. En cuanto uno deja esto de lado, está perdido. Como ya he dicho, toda la conferencia insistirá en este punto.

La lucha de la LCI contra la contrarrevolución

Ningún acontecimiento desde la Segunda Guerra Mundial se compara en importancia histórica con la destrucción de la Unión Soviética y el bloque del Este. Toda evaluación del historial reciente de la LCI debe empezar desde ahí. La acción de nuestro partido en estos acontecimientos puso a prueba nuestro temple revolucionario. Entramos al año 1989 como una pequeña tendencia plagada de deficiencias y problemas significativos. Pero los partidos revolucionarios no se engendran por concepción inmaculada. Fueran los que fueran los problemas que teníamos, luchamos con todas nuestras fuerzas por ofrecer un camino alternativo a la clase obrera de la RDA y la Unión Soviética.

A pesar de nuestras minúsculas fuerzas, no fuimos a la cola de nadie, sino que luchamos por trazar un camino independiente que correspondiera a los intereses objetivos de la clase obrera. Los acontecimientos de 1989 y 1990-1992 exigían a gritos una oposición a la contrarrevolución, en combate contra la burocracia estalinista que literalmente se estaba liquidando a sí misma y a los estados obreros. Esto fue por lo que luchamos y fuimos la única tendencia en el mundo que lo hizo en este punto de inflexión crucial del siglo XX. Esto establece nuestras credenciales revolucionarias sin lugar a dudas.

Es importante comprender por qué nuestra intervención fue revolucionaria. No fue sólo por el hecho de que movilizamos todas nuestras fuerzas para combatir la contrarrevolución. Tampoco fue porque tuvimos un impacto considerable que superó con creces nuestras fuerzas. Fue porque, frente a todas las alternativas reaccionarias que se ofrecían, luchamos por el único camino que podía avanzar los intereses históricos de la clase obrera.

La LCI después de 1991: Abandonando la dirección revolucionaria

Ahora bien, ¿cómo se compara lo anterior al papel que nos fijamos después de la contrarrevolución? No podría ser más diferente. Basta con leer rápidamente algunas de las cientos de páginas que escribimos para definir nuestras tareas en el periodo postsoviético para ver que ni siquiera pretendíamos que nuestro programa pudiera tener un papel decisivo en los acontecimientos del periodo. No repetiré los puntos del documento presentado sobre este asunto [ver página 7]. Los camaradas han leído el documento y estoy muy interesado en conocer su opinión sobre los tres puntos principales que esbozo. Me limitaré a repetir la siguiente cita del documento de la Conferencia Internacional de 1992 que sintetiza realmente cómo planteábamos nuestras tareas:

“Para reavivar un movimiento comunista internacional no basta con revelar los crímenes y las traiciones históricas del estalinismo, el empobrecimiento global causado por el imperialismo capitalista y el peligro de una guerra nuclear mundial. Es necesario también subrayar nuevamente las metas liberadoras del comunismo como culminación del humanismo racional del Siglo de las Luces”.

Spartacist No. 25, julio de 1993

Analicemos esto. En primer lugar, la tarea que se planteaba ahí no era promover los intereses de la clase obrera, sino “reavivar un movimiento comunista”. Los comunistas como vanguardia de la clase obrera crecerán a medida que se fortalezca la posición de la clase obrera, no aislados de sus luchas.

Pero, ¿cómo proponíamos “reavivar un movimiento comunista”? Esbozamos cuatro puntos: revelar los crímenes del estalinismo, exponer el empobrecimiento bajo el capitalismo, demostrar el peligro de una guerra nuclear, y volver a insistir en los objetivos liberadores del comunismo. Ninguno de estos puntos tiene nada que ver con la lucha de la clase obrera. Esto es el polo opuesto de nuestra intervención en la RDA, donde las energías de toda nuestra internacional se concentraron precisamente en dirigir a la clase obrera, no en el abstracto sino al calor de las convulsiones revolucionarias y contrarrevolucionarias.

La escisión del GI

Una parte considerable del documento presentado sobre “El revisionismo postsoviético de la LCI” trata de la escisión entre la LCI y el Grupo Internacionalista (GI). Obviamente, se trata de una cuestión muy delicada. Llevamos décadas lanzándonos polémicas hostiles y confusas, probablemente la mitad de las cuales consiste en acusar a la otra parte de mentir. La mayoría de los observadores externos no pueden ver la diferencia entre las dos organizaciones, un hecho que sigue siendo cierto a pesar de la creciente brecha política. La única manera de dar sentido a todo esto es hacer uso de la cuestión decisiva, la dirección revolucionaria. Es decir, evaluar a ambas organizaciones en función de cómo han contribuido al avance de la lucha de la clase obrera. Cuando se mira de esta manera, súbitamente todo se vuelve mucho más claro. Se hace evidente que ninguna de las dos podía argumentar por qué el marxismo y no el liberalismo —la ideología dominante de la época— era la herramienta para hacer avanzar los intereses de la clase obrera y los oprimidos. Eso es realmente lo central. Una vez que esto está claro es mucho más fácil ver nítidamente los aspectos secundarios de las disputas. Al enfrentarnos con el GI en el futuro —y en realidad con cualquier otra organización de izquierda— es crucial no partir de su doctrina abstracta sino de cómo su intervención busca impactar la lucha de clases tanto a escala internacional como nacional.

De 1992 a 2017

Podría dedicar mucho tiempo a repasar las diferentes luchas y los regímenes del partido entre 1992 y 2017. Pero no sólo me llevaría una eternidad, sino que no sería interesante ni útil. Si se mira este periodo a través de la lente de la dirección revolucionaria, es fácil ver que, independientemente de la inclinación oportunista o sectaria específica que tuviéramos, nuestro punto de partida nunca fue motivar por qué una dirección marxista era crucial en contra de las direcciones liberales de las luchas en cuestión. Ciertamente lanzábamos piedras contra los dirigentes, desde los movimientos contra la guerra hasta el movimiento antiglobalización y los diversos movimientos de políticas identitarias, pero no podíamos argumentar por qué era necesario ser marxista hoy en día.

Podría producir cientos de citas que muestran esta perspectiva. Pero no es necesario. Cada camarada que estaba en el partido en ese entonces sabe que ésa era nuestra perspectiva y argumentó con un contacto o un nuevo recluta que el punto era tener un programa agradable y cálido para el futuro, no para hoy. Para los que no estaban en el partido, creo que la diferencia de enfoque entre lo que escribimos ahora y cualquier artículo escrito en los últimos 30 años salta a la vista. He aquí parte de un mensaje que recibimos recientemente de un simpatizante en Gran Bretaña que habla de esto:

“Han aparecido cosas increíbles en los últimos periódicos (WH y WV) que requieren una mentalidad totalmente nueva en todas y cada una de las cuestiones. En pocas palabras, reforma frente a revolución. Es un cambio tan grande con respecto a antes de la lucha en la LCI que uno se sorprende de cuán pobre, cuán poco revolucionaria era la manera en que uno (yo mismo) respondía a las cuestiones del día... Es como un nuevo partido. Es un nuevo partido. No centrista sino revolucionario. Y uno tiene la sensación al leer los nuevos periódicos de que los artículos van a la ofensiva, hay una confianza [que] emana de ellos, una confianza que surge de la pura corrección del programa que están explicando. Muy emocionante”. [nuestra traducción]

Creo que este punto de vista externo vale más que cien citas.

La Conferencia Internacional de 2017

Ahora bien, es importante dejar claro que no todos están contentos con la nueva orientación de la LCI. Aquí va una evaluación mucho menos favorable de nuestro nuevo rumbo por parte de Brunoy, un ex miembro y cuadro histórico de la Ligue trostkyste de France:

“Los nacionalistas quebequenses, entonces, se tomaron el tiempo para asegurar su control ‘programático’ y organizativo de la LCI, aglomerando poco a poco a su alrededor las pocas fuerzas vivas que quedaban”. [nuestra traducción]

Los “jóvenes revisionistas nacionalistas quebequenses” es como nos denomina Brunoy a mí y al resto del colectivo de Montreal a lo largo de su documento [risas]. Continúa:

“Ahora, con el timón firmemente en sus manos, pueden hacer oficial casi abiertamente el desarrollo del resto de su programa revisionista y la ruptura de la LCI con el programa trotskista para ‘adaptar’ el programa de transición a una ‘nueva realidad’, un gran clásico entre todos los ex trotskistas”.

Es interesante ver que para Brunoy el punto de inflexión fue la Conferencia Internacional de 2017 cuando la camarada Coelho “puso al zorro a cuidar el gallinero”:

“Está claro que la ruptura programática sobre la cuestión nacional de la conferencia de 2017 fue un punto de inflexión cualitativo y que la crisis de 2020 no es más que su consecuencia lógica y natural”.

Brunoy tiene razón al hacer especial hincapié en la conferencia de 2017, pero se equivoca al afirmar que marcó el giro cualitativo de la LCI.

Brunoy y nuestros otros oponentes odian 2017 y, en gran medida, es por las razones equivocadas. Lo que odian de 2017 es precisamente el único punto que era correcto, nuestra afirmación de que la lucha por la liberación nacional no es un obstáculo que hay que remover, sino que es una fuerza motriz para la revolución. La conferencia de 2017 fue diferente de las del resto del periodo postsoviético porque corrigió (aunque muy parcialmente) una revisión del leninismo que se remontaba a los primeros años de nuestra tendencia. Dicho esto, si volvemos a nuestro criterio fundamental de la dirección revolucionaria, es fácil ver que la conferencia de 2017, como todo lo demás que hicimos en el periodo postsoviético, no trataba de guiar a la clase obrera en los acontecimientos mundiales, y por lo tanto era fundamentalmente defectuosa. Declaramos de forma explícita:

“Por lo tanto, este documento [de conferencia] se enfoca en las conclusiones esenciales de los últimos meses [de discusión interna], y no en los importantes cambios en la situación política mundial... La cuestión primordial para nuestra organización es rearmarnos programáticamente y forjar una nueva dirección que sea capaz de enfrentar estos nuevos acontecimientos”.

Spartacist No. 40, septiembre de 2017

De forma bastante absurda, sosteníamos que enterrarnos en polémicas internas nos armaría para enfrentar el mundo. Como era de esperarse, no fue así. La dirección fue elegida sobre la base de luchas moralistas y liberales, con una pizca de verdad programática esencial. Y, efectivamente, cuando nos golpeó la pandemia toda la organización se derrumbó. En este sentido, es cierto que 2017 allanó el camino al colapso de 2020, pero no en el sentido que argumenta Brunoy. Fue el no luchar por una dirección revolucionaria en 2017 lo que llevó al colapso, no la reafirmación de puntos leninistas básicos sobre la cuestión nacional.

El colapso de 2020

El estallido de la pandemia del Covid-19 ofrece una confirmación contundente de que los acontecimientos mundiales son la verdadera prueba para los partidos que se proclaman revolucionarios. En lugar de reaccionar a la mayor crisis mundial desde el colapso de la Unión Soviética proporcionando un camino de lucha para la clase obrera, abrazamos la respuesta a la pandemia impulsada por la burguesía liberal y muy literalmente nos liquidamos. Aquí es donde la evolución de la LCI se vuelve más contradictoria e interesante. ¿Cómo es que logramos pasar del colapso total a donde estamos hoy, en esta conferencia, sentando las bases para un curso fundamentalmente diferente y revolucionario?

Hay una tendencia en el partido a presentar nuestra reorientación como un progreso constante y gradual. Que de alguna manera el núcleo de la actual dirección internacional ha estado librando la misma lucha desde 2020, y tal vez incluso desde 2017. Hay un elemento de verdad en ello, pero es fundamentalmente erróneo. Lo cierto es que en 2020 hubo resistencia a la liquidación total del partido en el liberalismo. Pero eso es todo lo que fue. No me malinterpreten, sin esta tendencia el partido simplemente estaría muerto ahora; en ese sentido fue crucial. Pero resistir a convertirnos en liberales está muy lejos de hacernos comunistas. Limitamos nuestro papel a ser críticos de izquierda de la Spartacist League/U.S. No estábamos trazando un camino independiente, sino simplemente presionando por menos liberalismo. El resultado fue un lío confuso de luchas políticas en su mayoría superficiales e ininteligibles.

Esto condujo directamente a la infame delegación del Comité Ejecutivo Internacional (CEI) enviada a la SL/U.S. en el verano de 2020. En este viaje, la delegación impulsó una polarización basada en el moralismo liberal, acusando a un grupo de camaradas de ser insensibles sobre la cuestión negra mientras reclamaban un acuerdo programático con otros que consideraban más sensibles. En el fondo, esto representó un intento de dar vuelta a la página respecto a la lucha política que sacudía al partido y dar una vez más sólo una cirugía estética al curso liberal de la LCI; es decir, tener una gran lucha, condenar a un grupo de camaradas, hacer algunas observaciones abstractas sobre la revolución y continuar por un camino fundamentalmente similar.

La lucha emprendida contra las acciones de la delegación tardó en despegar y si repasan el principal documento que critica lo que hizo, verán que es bastante rígido y abstracto. Pero hay un punto esencial: la negativa a volver a la misma rutina. Comprendíamos que el liberalismo había provocado el hundimiento del partido y que no podíamos conciliarlo a ningún precio. Esto es lo que argumenté en el pleno del CEI de diciembre de 2020:

“Cuando la vanguardia proletaria subordina su programa a las fuerzas burguesas y no actúa como factor independiente, las consecuencias son desastrosas. Estas lecciones se aplican a la escala mucho menor de nuestras actuales luchas en el partido. Si la LCI tolera y concilia el abandono del trotskismo por parte de la SL/U.S. estará acabada como factor revolucionario alguno”.

Ésta es la base sobre la que fue elegido el S.I. en 2020. En algunos aspectos suena como lo que estoy argumentando hoy, pero es fundamentalmente diferente.

Primero, era falso afirmar que todos los problemas de la LCI se debían a la SL/U.S. Pero de manera más importante, la afirmación sobre la independencia política de la clase obrera y la necesidad de romper con el reformismo se planteaba de forma totalmente abstracta, totalmente divorciada de la gigantesca crisis que sacudía al mundo en ese momento. Así que, por un lado, la negativa a conciliar tuvo una importancia decisiva para llegar a donde estamos hoy; pero, por otro, no representó una ruptura fundamental porque estaba desconectada de nuestra intervención real en el mundo.

Creo que la mayoría de los camaradas del S.I. pueden señalar el momento y el lugar exactos en el que estalló nuestra burbuja sobre las luchas que habíamos estado librando “contra el revisionismo de la SL/U.S.”. En marzo de 2021 organizamos por fin una discusión seria sobre la pandemia del Covid-19. Mientras trabajábamos en la moción que expresa nuestra oposición a los confinamientos, nos remitimos a los escritos de Lenin durante la Primera Guerra Mundial, en particular a su artículo de julio de 1915, “Acerca de la derrota del gobierno propio en la guerra imperialista”, donde argumenta:

“La única política de ruptura real, y no verbal, de la ‘paz civil’, de reconocimiento de la lucha de clases, es la política en que el proletariado aprovecha las dificultades de su gobierno y de su burguesía para derrocarlos”.

Fue al trabajar en esa moción y pensar en este punto de Lenin que algo nos sacudió. Mientras la pandemia había estado causando estragos durante todo un año, provocando un sufrimiento incalculable a la clase obrera, nosotros —la supuesta vanguardia del proletariado— habíamos pasado ese año enfrascados en discusiones internas que no proporcionaban ningún camino a la clase obrera. Ciertamente no estábamos aprovechando las dificultades experimentadas por los capitalistas para avanzar la lucha por la revolución. En ese momento quedó claro hasta qué punto nuestro rumbo había estado en bancarrota. Hasta ese momento la dirección que tomaba nuestra lucha era crucial, pero el contenido de aquello por lo que luchábamos era fundamentalmente erróneo.

La declaración del CEI contra los confinamientos [ver Spartacist No. 41, octubre de 2022] representa el giro cualitativo de nuestra internacional, porque planteó un programa que correspondía a los intereses de la clase obrera en esta crisis mundial. Aunque lo hizo de manera tardía, la LCI sigue siendo única en plantear tal perspectiva.

“Confinamientos obreros”

Tengo entendido que los camaradas del grupo Bolshevik-Leninist (B-L) han abandonado su posición de llamar por “confinamientos obreros”. Permítanme, no obstante, hacer algunas observaciones sobre esta cuestión. Podemos discutir el mejor enfoque táctico para plantear una perspectiva proletaria independiente durante la pandemia, pero debemos tener claro que para ser principista esta perspectiva debe contraponerse explícitamente a la de la burguesía.

¿Quién sabe cómo se enfrentaría un estado obrero revolucionario a una pandemia? Dependería de las circunstancias concretas. El cierre de ciertos segmentos de la economía no estaría excluido por principio, pero ésa no es la cuestión. El punto principal en la pandemia tal y como existía era que para defender sus propios intereses la clase obrera tenía que luchar, no aceptar simplemente quedarse encerrada y seguir los dictados de la clase dominante. En la conciencia popular, los confinamientos administrados por la clase obrera se entenderían, en el mejor de los casos, como confinamientos con algunas medidas sociales adicionales; y en el peor, como los obreros mismos haciendo cumplir las medidas draconianas. Ninguno de los dos casos haría nada por meter una cuña entre la política impulsada por los gobiernos y los intereses de la clase obrera. Por el contrario, esto tiende un puente entre ambos.

Creo que la razón de querer plantear llamados como el de “confinamientos obreros” proviene de la incapacidad de refutar la propaganda moral de la burguesía sobre “salvar vidas” durante la pandemia. El argumento clave que la clase obrera debía esgrimir para avanzar sus intereses en la pandemia era que necesitaba oponerse a la respuesta del gobierno, aunque ésta luchara contra el virus. Si uno no puede explicar cómo las respuestas del gobierno iban en detrimento de la clase obrera, entonces o adopta la postura idiota de que a los comunistas no les importan las vidas humanas, o busca conciliar los intereses de la clase obrera con la política de confinamientos de la clase dominante. La clave para resolver este dilema era mostrar cómo la satisfacción de los intereses de la clase obrera durante la pandemia —tanto inmediatos como a largo plazo— entraba en conflicto con las estructuras sociales y políticas vigentes. Sólo entonces queda claro que la clase obrera no debería haber apoyado las políticas gubernamentales, sino que necesitaba su propia estrategia independiente y contrapuesta para defender su seguridad y sus condiciones de vida.

Reforjando la LCI

La publicación de la declaración sobre los confinamientos fue un punto de inflexión cualitativo, pero la lucha estaba lejos de haber terminado. Una vez establecidos en el camino de proporcionar una dirección revolucionaria a la clase obrera, nos encontramos cara a cara con un muro de revisionismo metodológico y político acumulado que nos bloqueaba a cada paso. Una cosa era desenvainar la espada y otra aprender a afilarla y empuñarla. Cuando se examina la trayectoria de la LCI desde 2021, se observa que nuestro rumbo ha sido revolucionario: hemos buscado proporcionar dirección a la clase obrera en los principales acontecimientos que han sacudido al mundo y en los países donde tenemos secciones. Nuestras intervenciones han sido modestas y desiguales, pero cruciales. A continuación, explicaré con más detalle el tortuoso camino y las distintas etapas que atravesamos para realizar estas intervenciones.

1) Reafirmar la escisión entre reforma y revolución

Casi inmediatamente después de la publicación de la declaración sobre los confinamientos hubo intentos por parte de varias secciones y una parte del propio S.I. de presentar la línea divisoria en el movimiento obrero simplemente como a favor o en contra de los confinamientos. Contra esto fue necesario reafirmar la lección fundamental del leninismo, que es que la línea divisoria en el movimiento obrero es entre reforma y revolución. Mientras que esto se hizo de manera abstracta en diciembre de 2020, este mismo punto se volvió concreto y directamente relacionado con nuestra intervención durante la pandemia. No me malinterpreten. Si miran las luchas que tuvimos sobre esta cuestión en 2021 encontrarán un montón de puntos muy teóricos y algo abstractos. Pero a diferencia de 2020, la cuestión de escindir el movimiento obrero sobre las líneas de reforma y revolución se esgrimió para defender una intervención fundamentalmente revolucionaria en los eventos mundiales.

Este mismo punto político fue crucial en la Spartacist League/Britain, donde para volver a encarrilar a la sección tuvimos que corregir su capitulación al laborismo durante los años de Corbyn. En el documento de la conferencia de 2021 de la SL/B reafirmamos el siguiente punto básico:

“La razón por la cual los leninistas se oponen a la ‘iglesia amplia’ (o partido de toda la clase) es que el ala revolucionaria se subordina al ala reformista, no porque la socialdemocracia de izquierda sea obstaculizada por la socialdemocracia de derecha. Por ende, para los leninistas, luchar contra la ‘iglesia amplia’ del laborismo no significa luchar contra la conciliación de Corbyn a los blairistas. Significa luchar en contra de que los aspirantes a revolucionarios (por ejemplo, la SL/B) prediquen la unidad con Corbyn”.

—“En defensa del programa revolucionario (II)”, Spartacist No. 41, octubre de 2022

En pocas palabras, luchamos por un partido revolucionario, no por una socialdemocracia más izquierdista. La conferencia de la SL/B también extendió este entendimiento a la cuestión sindical. Contra décadas de la práctica pasada, argumentamos:

“Sólo las direcciones en los sindicatos construidas sobre la base de un programa revolucionario pueden trascender los intereses sectoriales estrechos de una industria, un sindicato o un país en particular y dirigir luchas que avancen los intereses de la clase obrera en su conjunto. Esto requiere exponer el programa de colaboración de clases de la actual dirección de los sindicatos, así como la versión más combativa de este mismo programa impulsada por la izquierda reformista”.

Ahora bien, los dos puntos citados eran cruciales. Sin embargo, la tendencia en el partido muy pronto fue simplemente repetirlos como fórmulas aprendidas de memoria. Hemos tenido que insistir una y otra vez que afirmar estas verdades separadas de una lucha concreta no tiene sentido.

2) Tácticas

Esto me lleva al siguiente punto, el uso de tácticas. En Alemania nuestro rearme fue distinto que en Gran Bretaña. Empezamos haciendo una intervención clave, y luego profundizamos nuestra base teórica. Una vez que se entiende que la dirección revolucionaria significa guiar la lucha de la clase obrera, entonces resulta obvia la necesidad de explotar las contradicciones y las polarizaciones de la sociedad, y esto requiere el uso adecuado de tácticas. La campaña del Spartakist-Arbeiterpartei Deutschlands para expulsar a los partidarios de la OTAN/UE de Die Linke (Partido de Izquierda) en el contexto de la guerra en Ucrania fue una aplicación concreta de la lucha por la dirección revolucionaria y la necesidad de escindir al movimiento obrero entre reforma y revolución [ver “¡Echar de la izquierda a los partidarios de la UE y la OTAN!”, Spartacist No. 41, octubre de 2022]. Al presionar a la socialdemocracia de izquierda a que luchara contra la ola socialchovinista que se apoderaba de Alemania, pudimos demostrar claramente por qué sólo un programa revolucionario podía proporcionar una base real para oponerse a la guerra.

Por supuesto, podríamos habernos quedado al margen llamando abstractamente por la revolución contra el imperialismo alemán, pero eso no habría hecho nada para avanzar realmente los intereses del movimiento obrero. El curso por el que luchamos proporcionaba una forma de combatir el imperialismo alemán al tiempo que reforzaba la autoridad de la vanguardia revolucionaria. Nuestra intervención demostró claramente que el ala izquierda de Die Linke preferiría abandonar su programa pacifista anti-OTAN antes que romper su unidad con los partidarios de la guerra.

Todo izquierdista semidecente que observe el contexto político alemán actual —donde la derechista Alternativa para Alemania se está convirtiendo en la fuerza política más fuerte— tiene que reconocer que los espartaquistas tenían razón al luchar por echar a los partidarios de la OTAN y la UE fuera del movimiento obrero. El no haberlo hecho ha paralizado y desmoralizado totalmente a la izquierda, mientras que la reacción tiene el viento a favor, beneficiándose de la creciente oposición a la guerra en Ucrania.

3) Llegando a las raíces del revisionismo postsoviético

Volviendo a un frente más interno, a principios de 2022 nos encontramos en la exasperante situación de que casi un año después de la publicación de la declaración sobre los confinamientos prácticamente ninguna sección había avanzado lo más mínimo. Esto nos empujó a profundizar en la búsqueda del origen de esta parálisis. Si nuestro problema hubiera sido únicamente la pandemia, deberíamos habernos recuperado cuando se resolvió esta cuestión política. Pero no fue así, y cada vez quedó más claro que lo que impulsábamos en la pandemia era totalmente diferente de la perspectiva de la Internacional en los últimos 30 años.

Fue sólo mediante la lucha por proporcionar una dirección revolucionaria en el mundo de hoy que pudimos entender nuestros problemas en el periodo anterior. No se podrían entender los problemas de la LCI simplemente estudiando nuestras discusiones internas. Una vez más, es sólo a través de la lucha por un rumbo revolucionario hoy que se puede entender nuestra desorientación previa.

4) Revolución permanente

En el caso de nuestras secciones en los países nacionalmente oprimidos, ni siquiera mirar 30 años atrás nos sirvió de nada. Enfrentamos el problema por primera vez en Quebec. Para presentar un programa revolucionario en la pandemia tuvimos que desenmascarar la ilusión de que el estado es el instrumento clave para el avance de la nación quebequense. Pero para romper con esta ilusión teníamos que reconocer que tenía una base muy legítima. El desarrollo de un protoestado le permitió a la nación quebequense hacer frente a la dominación anglófona y trajo consigo un progreso social muy significativo. Al recurrir a los escritos de Trotsky sobre la revolución permanente es como hemos podido descifrar este problema y comprender el papel de la burguesía quebequense como clase semioprimida y semidominante, que al mismo tiempo que se pone a la cabeza de la lucha nacional, la socava y la traiciona a cada paso.

Al extender este método a Grecia y luego México quedó claro que toda la historia de nuestro partido sobre la revolución permanente era revisionista. Esta comprensión no vino a través de estudiar detenidamente los volúmenes de Trotsky —aunque fue ciertamente necesario— sino luchando para dar respuestas a la clase obrera ahora. No se puede dar un solo paso en esta dirección si se piensa que defender las fronteras griegas es totalmente reaccionario o si se denuncian las medidas para educar al campesinado en México como sólo una estratagema reaccionaria para transformarlos en... obreros alfabetizados.

5) La burocracia estalinista

Exactamente el mismo proceso ocurrió en relación con China. Para avanzar realmente los intereses de la clase obrera allí hay que enfrentarse a la burocracia estalinista. Esto es cierto tanto en general como en relación a la defensa de China contra el imperialismo y la contrarrevolución. La defensa de China requiere una lucha contra los estalinistas. Para cualquiera que todavía tenga dudas sobre si nuestros artículos recientes son demasiado duros con los estalinistas, dejaré que Trotsky responda:

“La lucha contra la guerra, el imperialismo y el fascismo exige una lucha incansable contra el estalinismo, manchado de crímenes. Quien defiende directamente o indirectamente al estalinismo, quien calla sus traiciones o exagera su fuerza militar, es el peor enemigo de la revolución, de los pueblos oprimidos, del socialismo. Cuanto antes sea derrocada la camarilla del Kremlin por la ofensiva armada de los trabajadores, mayores serán las posibilidades de una regeneración socialista de la URSS, más próximas y amplias las perspectivas de la revolución internacional”.

—“Una lección reciente”, 10 de octubre de 1938

Como muestra esta cita, nunca se puede ser “demasiado duro con los estalinistas”.

6) La lucha contra el centrismo

Una lección clave, que se destacó en particular en el transcurso de la conferencia de la SL/U.S. del pasado diciembre, es la importancia de romper con el centrismo. La cuestión es si el polo marxista luchará por ser hegemónico o si hará concesiones que comprometan y restrinjan sus propias actividades y principios. Una cosa es adoptar posiciones de principios correctas y otra sacar las conclusiones prácticas de estas posiciones y luchar de acuerdo con ellas. La acción independiente de la clase obrera se plantea más tajantemente frente al centrismo. Unidad o escisión con el oportunismo, ésa es la cuestión. Era crucial que la dirección de la SL/U.S. fuera elegida sobre la base de una lucha tajante contra el centrismo. Dicho esto, las luchas en la SL/U.S. desde la conferencia demuestran que el combate contra el centrismo no es un asunto de una sola vez, sino que se plantea todo el tiempo en todos los aspectos de nuestro trabajo.

7) Guiar la lucha de la clase obrera en cada giro

En la etapa actual, la mayoría de las secciones han sido capaces de dar algunos pasos significativos en la reafirmación de nuestras tareas fundamentales y/o han hecho intervenciones significativas en los acontecimientos nacionales. Pero la dirección revolucionaria no consiste sólo en plantar la bandera programática o hacer algunas buenas intervenciones. Es un proceso constante que nunca está resuelto, sino que es puesto a prueba una y otra vez. Para ganar la lealtad de la clase obrera debemos construir un partido que pueda guiar sus luchas a cada paso del camino, ya sea a la ofensiva o a la defensiva.

Hemos tenido más experiencia a este respecto en la SL/B, donde en el transcurso del año pasado pudimos realizar una serie de intervenciones en momentos decisivos de la oleada huelguística que sacudió al país. En cada etapa del conflicto, peleamos por impulsar la lucha al tiempo que buscábamos meter una cuña entre los dirigentes laboristas del movimiento y los intereses de la clase obrera. Cada giro de la situación exigía luchas dentro del partido para asegurar una orientación correcta. Al tratar de guiar la lucha nos vimos impulsados de manera natural a apoyarnos en gran medida en nuestros escasos lazos en el movimiento obrero. No podíamos proporcionar dirección a la lucha sin conocer el estado de ánimo y las presiones al interior de la clase obrera. Nuestra intervención se basó en una discusión constante entre nuestros miembros en los sindicatos y la dirección de la SL/B. De hecho, este proceso ha llevado a que nuestros miembros en los sindicatos se conviertan en parte integrante de esa dirección.

Esto pone de relieve el tipo de partido que buscamos forjar, un partido obrero revolucionario. Un partido compuesto mayoritariamente por obreros y cuya política refleje sus intereses de clase. El papel de los intelectuales en tal partido es romper con los métodos y las actitudes de la pequeña burguesía y subordinarse a la promoción de los intereses de la clase obrera. No se puede construir un partido obrero en una torre de marfil, aislados de la clase obrera. Por el momento, nuestras raíces en la clase obrera son minúsculas, pero debemos tener muy clara nuestra perspectiva y trabajar de acuerdo con ella, aquí y ahora. En general, nuestra intervención en Gran Bretaña fue modesta, y ciertamente cometimos errores, pero creo que es rica en lecciones y un pequeño ejemplo de lo que significa proporcionar dirección revolucionaria.

De hecho, creo que puede decirse lo mismo de toda nuestra trayectoria en los dos últimos años. Es importante tener en cuenta que el proceso por el que pasamos seguramente se repetirá de un modo u otro en grupos de izquierda por todo el mundo. El actual contexto de agitación política internacional ejerce una gran presión sobre la izquierda marxista y es seguro que habrá polarizaciones y aperturas. Los documentos presentados a esta conferencia dan respuesta a las cuestiones más cruciales que se plantean en la actualidad. Debemos intervenir muy agresivamente con estos materiales. Pero también será crucial extraer las lecciones de nuestras luchas y, ojalá, facilitar las cosas a otros que, como nosotros, busquen trazar un rumbo revolucionario. Éste es en parte el objetivo de tener al grupo B-L en nuestra conferencia este fin de semana.

Conclusión

Para concluir, como he repetido incesantemente a lo largo de mi informe, debemos enfocar cada cuestión desde el punto de vista de ofrecer una perspectiva obrera independiente basada en el avance de la lucha por la revolución socialista. El siguiente paso es enraizar concretamente esta perspectiva en una comprensión marxista de las fuerzas de clase y los obstáculos en un momento y un lugar determinados.

Tras tres años de ardua lucha, hemos hecho progresos gigantescos. Pero esto no es más que el punto de partida. No minimicemos lo precaria que sigue siendo nuestra situación. Nuestro partido está lejos de estar consolidado en la política de los documentos de la conferencia. Debemos endurecernos aún más; los acontecimientos mundiales prometen ser implacables y castigarán severamente cualquier vacilación de nuestra parte. Quien no tenga estómago para una lucha constante y agotadora no está en el partido correcto. A medida que se acercaba la conferencia, algunos camaradas ya lo han comprendido y han renunciado. Que así sea. Seguimos adelante más decididos que nunca y más claros que nunca sobre nuestras tareas en este nuevo periodo. Esta conferencia es el primer paso.

¡Abajo el centrismo y el sectarismo! ¡Adelante hacia una IV Internacional reforjada!